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El caballo y la soga

Hay una fotografía que seguramente usted ha visto: en ella se observa a un caballo de buen porte amarrado a través de una soga a nada más y nada menos que una silla de plástico.

El primer pensamiento que le habrá surgido al ver esa imagen seguramente fue: ¿Será ciego el caballo? ¿Está amarrado tan solo a una silla de plástico y permite que eso lo detenga? Aún si esa silla fuera de metal, igualmente podría huir llevándola a la rastra ¡Si hasta tiene fuerza para tirar de un carro completo por días y días!, ¿cómo no puede liberarse de la silla?

Estas preguntas son muy lógicas, pero déjeme responderle por el caballo: El caballo no es ciego, no es sordo, ni le falta alguna pata; es fuerte, trabajador y sabe relinchar como todos los caballos, pero tiene un gran problema: que de tantos latigazos que ha recibido para que aprendiese a obedecer, ya no se percata de las ocasiones que tiene para ser libre, porque su atención completa se ha centrado en la soga con la cual está atado.

Está preso de las circunstancias. Allí donde lo dejan, allí se queda hasta que se le indique lo contrario. En ocasiones veo a gente que me recuerda al caballo de la foto. Veo que tienen todo para escapar y correr libres, sin ataduras, pero más que su cuello, tienen su mente amarrada a una silla plástica.

He conocido numerosos tipos de sogas. A muchos le han puesto la soga del “para triunfar hay que tener dinero” ¡Falso! Para triunfar hay que tener aspiraciones, y estas deben ser claras. Y hay que tener una fe que supere el tamaño de los fracasos. A otros le vi la soga del “en esta familia todos siguieron este oficio”. Los felicité por el respeto a las tradiciones familiares, pero les recordé que algunos nacen para algo distinto que lo que hicieron sus predecesores.

Hay caballos de carga, hay caballos de carrera, hay caballos de exhibición y, también, caballos salvajes. Me encontré con tantos a quienes les reconocí la soga del “yo no sé hacer nada”, pero con el tiempo descubrí que esa era la excusa más común para quienes acostumbran a esconder la falta de arrojo y decisión.

Hubo uno que, con espíritu docente, presumía diciendo: “Esta soga por lo menos me asegura el agua y el pasto”, pero aún así, a la legua, se veía a ese pobre «caballo» y sus «potrillos» mal alimentados.

Para ser sincero, los que más pena me generaron fueron algunos «caballos» ya viejos que me decían: “estamos esperando nuestra oportunidad”. Al final, lo más lejos que llegaron fue al cementerio, donde fueron enterrados con la soga que supieron llevar hasta sus últimos días.

Mi amigo, lucha por ser lo que tienes que ser. Espero alguna vez encontrarte y preguntarte por esa silla que arrastras y que me digas: ­ Un día me abrieron los ojos y me di cuenta que la silla y la soga ya no me podían impedir buscar mi horizonte. Y aquí estoy, aún con la silla a cuestas, pero donde quiero y debo estar.

Luis César Caballero

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