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A Dios se le puede ver

Tal vez fue la influencia de una madre que nos inculcó que con Dios se puede hablar y a quien le creímos y una abuela constante y perseverante en sus oraciones de madrugada. Lo cierto es que desde muy temprana edad me fue natural ver a Dios como alguien absolutamente real y cercano.

En casa no sobraba nada. En ocasiones todo lo que nos quedaba era la fe. Y con cada gesto milagroso, la generosidad del Cielo despertaba sonrisas de sorpresa en nuestro hogar; felicidad que también alimentaba y nutría nuestra fe. En cada nuevo día Dios tenía algo preparado para nosotros.

Es verdad que no todo era color de rosas. En numerosas madrugadas nos despertábamos invadidos por la inundación y resignados a sacrificar el descanso que luego nos quitaría la energía y tal vez concentración para estudiar en la escuela. Pero decididos a no permitir que, por la razón que fuera, el agua arruinara lo que Dios nos había dado, nos sumábamos a mi mamá en la tarea de defender de la lluvia lo que era nuestro. No íbamos a abandonar nuestra bendición después de haberle pedido con tanta insistencia por un lugar adonde vivir. Además, ¡era el único que teníamos!

Dios siempre fue bueno y estuvo a nuestro lado. Dios nos hablaba a través de la provisión que de tantas maneras traía a nuestra puerta. Dios nos hablaba a través de la valentía atípica para unos niños con que nos enfrentábamos ante lo amenazante. Puedo decir que el nuestro era un hogar sostenido por mucho más que una amorosa y sacrificada madre soltera.

Dios ha bendecido mi vida con cada paso en el que puedo ver que está a mi lado, con cada sueño que me permitió construir, con la preciosa familia que hoy me regala; una esposa amorosa y dedicada, con nuestros hijos, a través de quienes he llegado a entender otra dimensión de la palabra amor.

¡¿Sabes?!, cada vez que en el andar por la vida me asalta la preocupación sé que Dios me oye en el silencio de mis pensamientos y se las arregla para darme la paz que mi corazón busca, para luego guiarme en la búsqueda de las soluciones que necesito.

A Dios se le puede ver, te lo aseguro. Puedo verlo incluso en cada desafío que me toca, en cada puerta que debo abrir por fe, en cada palabra que pronuncio positivamente sin aún tener las soluciones a mano. En cada solicitud de ayuda que me llega. En cada persona que debo escuchar y alentar para luego verla creer y continuar su vida con otra actitud.

Puedo ver que Dios está adonde circunstancialmente me toca estar, en el canto de las aves y el sol que me ilumina y acaricia en la tarde de invierno, en la manta que nos abriga, en el pan en mi mesa, en las personas que amo y que me aman, en aquellos que me envía a servir, en los amigos que saben ser mi familia.

Gracias Dios por cómo te has mostrado. Gracias porque no eres indiferente incluso con quien te ignora y por buscar pacientemente el corazón de quienes, aunque te olvidan, tú no has olvidado y, por el contrario, les deseas bendecir. Gracias Dios por tantas historias que vivimos juntos y que hoy son el capital de mi confianza en ti.

Gracias Señor porque nunca viniste con quejas o reclamos sino más bien a dar y a ofrecerte.

Gracias Dios porque, aunque te debemos tanto, no nos cobras tus favores.

Gracias Señor porque nunca fuiste ni eres invisible a los ojos de quien te busca con sinceridad y fe.

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